Por costumbres familiares, siempre prefiero una chicha fresca de maíz en vaso de vidrio pero he de aceptar que “Negrita” puede ser también la marca de chicha en sobre que ha aliviado la nostalgia de migrantes peruanos durante décadas, así como ha salvado almuerzos y fiestas infantiles acercando la experiencia tradicional.

Hace algunos años me tocó acompañar una cosecha de cebollas en las afueras de Lima, así que llevé mucha curiosidad, la mirada y mi cámara de fotos. Disfruté de conversar con las diferentes personas que recogían uno a uno esos vegetales cuyo recorrido terminaría de todas formas en un delicioso plato aderezado para ser el alimento de alguien más adelante en la cadena. Muchos migrantes, grupos equitativos de jóvenes y ancianos equipados con celulares o radios y herramientas creadas por ellas y ellos para alivianarse el trabajo. Gente de mucha fortaleza de matices marrón tierra e historias de las que bromeaban o asumían en secreto y resiliencia.

Sumergida y romantizada en las imágenes de las avezadas narraciones y bromas, de pronto vi a dos personas cargando un balde de plástico cuyo contenido servían y repartían a cada jornalero que bebía con placer. Me invitaron amablemente la bebida que resultó chicha en polvo bien fría y azucarada. Una idealizada expectativa originada en la historia que consumí en los libros sobre lo que era la chicha en las prácticas agrícolas pasadas tomaron ese día una forma contemporánea y real.


TAMBIÉN USABAN ÚTILES ESCOLARES A MANERA DE HERRAMIENTAS

La chicha y la agricultura tienen una relación simbólica casi sagrada, hasta donde yo había estudiado en la universidad pero ese día en el campo nadie se quejó, entonces me quedé callada, pedí que me enseñen a cosechar y digamos que no tenía la práctica adecuada. “El concepto” de “la chicha” que consumía en ese momento activado por una empresa privada agrícola, seguía en mi cabeza mientras con las manos aprendía guiada por la gente que disfrutaba verme citadina y me enseñaba a sacar una cebolla de la tierra.

Es una realidad que en el Perú de los últimos años, la economía es sostenida por las empresas privadas (miremos nuestros servicios básicos) y las marcas construyen el imaginario tanto en televisión como en radio o Internet, todas empresas, exceptuando los medios del Estado que conocemos.

El marketing como ciencia se sirve de comprender para convencer y vender experiencias gratificantes que muestra la publicidad, lo mismo con la política y cualquier intento de mediación entre personas o grupos.

Como la mayoría de las mujeres latinas, soy mestiza. En mi caso, vengo de una raíz afroandina - criolla, otra nikkei y otra italoguaraní . Crecer urbana junto a mis abuelos inmigrantes me hizo cercana a la provincia y a las chacras de familiares desde pequeña a manera de juego en vacaciones. La comida rica y la chicha con frutas, limón y azúcar parte clave de mi memoria.


COSECHA DE CEBOLLAS

Realidades ancestrales, como tantas en nuestro continente, conectadas con la actividad agrícola, las guerras, la supervivencia, la discriminación, la migración, la resiliencia, los sesgos inconscientes y el éxito en el camino de las fuerzas armadas o las oportunidades en el sector corporativo (según la generación) como apuesta a la educación pagada con tiempo y sudor.

Lo complejo es que cada una de esas acciones tienen un impacto en la economía de quienes la practican o las desempeñan para trabajar. Inclusive estudiantes de universidades, que en el mayor de los casos en el país, son particulares, tienen una cultura desvinculada con la política que se siente más bien ruidosa y poco efectiva. 

Las nuevas generaciones apreciamos el bienestar y la necesidad de estudiar y de surgir en el mercado laboral, entonces, ¿para qué pensar en el diálogo ciudadano?

Considerando la diversidad de agendas nacionales pendientes, más que encontrar bienestar y placer en el consumo del arte por las rutas de las galerías o desde artistas independientes, la mayoría lo haya en el deporte, conciertos chicha, teatro o comunidades más contemporáneas como las de K pop y mejor organizadas que se autogestionan.

Entonces, ¿es necesario que una marca tan tradicional cambie de identidad si el macro de la audiencia se perfila complejo?, ¿será un acierto estratégico positivo para las ventas?, ¿le importará a la gente?, ¿volverá con nuevo hashtag?  

Para quienes creamos imágenes y soñamos con un país más orgulloso de su patrimonio cultural, es duro de aceptar que las bases de nuestra economía dependan de los mercados pero es así y los puestos de trabajo están empujados por el sector privado, como vemos en nuestros servicios básicos y las altas tarifas producto de la especulación sobre el consumo ahora en pandemia.

La poca consideración de nuestra salud mental y la poca asertividad de nuestro diálogo sigue siendo un pendiente. Además de que la mayoría sabemos poco o nada sobre finanzas, tampoco tenemos la costumbre de planificar y se vienen las elecciones.

Así como para muchos las ventas afectan el pago de universidades, escuelas, institutos o cursos virtuales, solo será importante el cambio de la marca cuando se traduzca en transformaciones complementarias e interseccionales que nos acerquen a las bases de nuestra historia y complejicen nuestra participación en las agendas pendientes que seguimos teniendo como país e individuos que habitan en su territorio.

Descubrir la figura de “Doña Francisca” (la hija mestiza de Francisco Pizarro criada como española) suma al diálogo para repensar la historia como punto de partida para entender las bases del racismo sistémico pero considero que deben existir acciones en el cotidiano basadas en la profundización personal de nuestras historias familiares y el respeto a la diferencia que sean impulsadas desde todas las esferas.

Pensar en racismo estructural y racismo simbólico o publicar una imagen negra en Instagram y Facebook por rechazo al “caso Floyd”, el afronorteamericano penosamente asesinado, también puede ser un inicio para repensar nuestra realidad local incluso considerando dónde y cómo se manifiestan estas acciones pero finalmente las palabras con las que construimos nuestra comunicación dependen del día a día y de la capacidad consciente como los seres humanos que hemos y estamos siendo educados y formados por generaciones con quienes vivimos o hemos vivido pero que son parte nuestra como punto de partida y como en la serie Darks, nos toca revisar el linaje para sanar lo que nos toca, sobre todo ahora en pandemia que se libera la cuarentena.

¿Que un producto cambie de marca afecta a la racialización de cuerpos y esterotipos?

Tenemos una megadiversidad que nos respalda y el poder mestizo que nos une. Tal vez primero sea que la diversidad de productores de conceptos e imágenes nos repensemos como humanos para lograr mayor asertividad.

Las marcas se transforman todo el tiempo, así como los vegetales germinan y vivimos en un país mestizo con un problema estructural de racismo y pobreza. La comercialización deberá seguir incluso para que las artes y la cultura se muevan pero es importante considerar la construcción de una audiencia consciente, en el mejor de los casos comprometerse con la educación de la misma como estrategia de venta y que por su lado esta se fortalezca en autoestima e identidad individual y colectiva para elegir lo que por nuestra dignidad humana merecemos pero no aún no terminamos de comprender o experimentar como país.